EL ASESINATO DEL VERDUGO DE BARCELONA

asesinato del verdugo de Barcelona

Un grito de ‘¡Toma, lo prometido!’ fue el último sonido que escuchó Federico Muñoz antes de que las balas escribieran su sentencia en la Bodega Montferry, cerrando para siempre el capítulo del verdugo más temido de Cataluña.

Estamos en Barcelona en 1935. Era una tarde de sábado que prometía ser como cualquier otra … pero es tarde el destino decidió escribir un capítulo más en la turbulenta historia de la Ciudad Condal.

El escenario: la anodina Bodega “Las tres”, años después llamada Montferry de la calle Eduardo Tubau, 19 en el barrio de Porta, donde algunos vecinos, la mayoría emigrantes, jugaban a cartas mientras hacían una copita. El establecimiento se convertirá en el telón de fondo de un drama digno de las mejores novelas negras.

Nuestro protagonista, o más bien antagonista según se mire, era nada menos que Federico Muñoz Contreras, el verdugo oficial de Barcelona. Un oficio poco envidiable, sin duda, pero alguien tenía que hacerlo. Y vaya si lo hacía.

Muñoz tenía 55 años y era conocido por su eficiencia y su peculiar invento: el «garrote catalán», una mejora del tradicional método de ejecución que, según él, evitaba que «su hombre» sacara la lengua en el momento final. Todo un detalle por su parte, hay que reconocerlo. Ese 9 de febrero, Muñoz se estaba tomando un vermut en espera del al tranvía lo llevaría a Horta a las «Casas Baratas de Can Peguera»…barrio al que se había mudado tras recibir unos anónimos en su anterior residencia en la Ronda de Sant Antoni.

EL MOVIL DEL CRIMEN

Dos individuos decidieron que era el momento perfecto para ajustar cuentas. Con un grito que bien podría haber salido de una película de gángsters – «¡Toma, lo prometido!» – llenaron de plomo al pobre Muñoz. Así, sin más preámbulos, el verdugo se convirtió en ejecutado.

Resulta que apenas dos meses antes, el 21 de diciembre de 1934 para ser exactos, Muñoz había tenido el dudoso honor de ejecutar a Andreu Aranda Ortiz. Había participado en un robo en la sastrería Maleres de la calle Hospital de Barcelona que acabó con un tiroteo saldado con 5 heridos y un dependiente muerto.

En tiempos normales, quizás se hubiera librado de la pena capital, pero con el estado de guerra declarado tras la proclamación del Estat Català dentro de la República Federal, los llamados «Hechos de Octubre» de 1934, no tuvo tanta suerte. El día 20 le notificaron la sentencia de muerte prevista para el 21 de diciembre de 1934.

En ciertos círculos de Barcelona, no sentó nada bien. La CNT estaba enfrentada a los escuadrones de Camisas Verdes del Estat Català y la FAI mantenía la ciudad en un estado de ebullición constante con huelgas, atentados y sabotajes.

Según la autopsia realizada por médicos militares, Muñoz recibió tres disparos: uno en la oreja izquierda, otro en la parte inferior de la región malar, y un tercero a quemarropa en el lado izquierdo cuando ya estaba caído.

Muñoz Contreras dejó esposa e hijos, quienes fueron a la audiencia a pedir sus cosas. Tres días después, la prensa informó que habían arrestado a tres personas. Dos de ellos eran conocidos por la policía: José González Carrera alias “el camarero”: un ladrón de poca monta y Genís Urrea, un popular anarquista presunto autor material,:…aunque nunca se supo a ciencia cierta el motivo del homicidio.

Cuando por fin lograron instruir una causa contra él por haber comprado armamento junto a su grupo “Los Anónimos”… llegó el nuevo gobierno del Frente Popular en 1936 y ¡zas! Indulto general para delitos políticos y sociales.

Urrea debió pensar que había ganado la lotería… fue indultado en abril de 1936, regresó de su exilio en Francia al estallar la Guerra Civil y se convirtió en agente de la Generalitat.

Posteriormente, en 1941, fue encarcelado en la prisión Modelo, acusado de apoyo a la rebelión. Finalmente, en 1952, fue uno de los últimos fusilados en el Camp de la Bota dos meses antes del famoso Congreso Eucarístico, el viernes 14 de marzo de 1952, diecisiete años después de haber asesinado a Federico Muñoz Contreras. Tras el asesinato del verdugo las huelgas continuaron, los anarquistas siguieron conspirando y los burgueses siguieron temiendo por sus cuellos. Porque en la Barcelona de los años 30, la muerte era solo un personaje más en el gran teatro de la vida. Y a veces, como en el caso de Federico Muñoz, le tocaba el papel protagonista.

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