A principios del siglo XX, en Cataluña surgió una iniciativa que, aunque tímida, pretendía que la región pudiera gestionar mejor su pasta y sus asuntos sin tener que pasar por el filtro de los burócratas de la capital.
Hablamos de la Mancomunitat de Catalunya, un invento que vio la luz en 1914 y que, pese a sus muchas limitaciones, fue una bocanada de aire fresco para la modernización del territorio. Claro que todo esto duró lo que dura un caramelo en la puerta de un colegio porque, en cuanto un dictador decidió que aquello era peligroso para la unidad de España, la cosa acabó fulminada.