Porcioles fue un alcalde franquista lleno de contradicciones. Durante 16 años (1957-1973) dirigió Barcelona siendo colaborador del régimen, pero hizo cosas que no esperarías de alguien en su posición. Creó la Carta Municipal de Barcelona, que dio a la ciudad un régimen especial.
Logró la Compilación del Derecho Civil de Cataluña y creó el impuesto de radicación, un tributo impuesto para cobrar a los propietarios de suelo urbano. Su lado oscuro fue que permitió que el «desarrollismo» se descontrolara. Barcelona creció muchísimo pero sin planificación, creando el caos urbanístico que heredamos.
UNA FAMILIA DE NOTARIOS
Josep María Porcioles nació en Amer el 15 de julio de 1904 en una familia bien. Su abuelo trabajaba como notario en Santa Coloma de Farners y era secretario del ayuntamiento de Banyoles. Creció en un ambiente muy catalanista. Su padre era amigo personal del poeta Verdaguer y formaba parte de la Renaixença, el movimiento cultural catalán del siglo XIX.

Desde joven, este chico aplicado siguió los pasos de su padre y su abuelo, convirtiéndose en notario a la asombrosa edad de 18 años. En su juventud, se alineó con la derecha regionalista de la Lliga Catalanista.
PORCIOLES DURANTE LA REPÚBLICA
Con la proclamación de la Segunda República en 1931, Francesc Macià (ERC) instauró la República Catalana y, tras pactar con Madrid, se restableció la Generalitat bajo el liderazgo de la izquierda republicana catalana. La burguesía católica, acostumbrada a mandar, se despierta en minoría. El mundo se les viene encima.
Porcioles, genio precoz de 27 años, ya había aprobado las oposiciones a notario con apenas 18. Se va a Valladolid a pulir su castellano y se instala en Balaguer como notario. Dinero, catolicismo militante y derechismo …la izquierda catalana lo marca en rojo: enemigo público.
Su militancia en Acció Social Popular le salió cara, once meses en la cárcel Modelo. El futuro alcalde de Barcelona conoció las rejas antes que el poder. Después de su «vacaciones» carcelarias, decidió que era hora de hacer las maletas y poner pies en polvorosa hacia Francia.

PRIMEROS CONTACTOS CON LA JERARQUÍA
En 1938, cuando la Guerra Civil daba sus últimos coletazos y Lérida cayó en manos franquistas, José María Porcioles aprovechó la ocasión para hacer las maletas y volver a Balaguer. Al llegar se encontró con que su mujer acababa de dar a luz al benjamín de la familia. Mientras España se desangraba, a él le nacía un hijo.
Gracias a los buenos oficios de Mercedes Sanz Bachiller —viuda ilustre y jefa del Auxilio Social— le cayó del cielo el cargo de Delegado Provincial de la Falange. Un año después ya presidía la Diputación de Lleida, y eso sin soltar la pluma de notario.
Eduard Aunós, antiguo político catalanista y ahora ministro del franquismo, se lo llevó a Madrid. Allí fue nombrado director general de Registros y Notariado, y desde ese cargo redactó la nueva Ley Hipotecaria. Además, entró en el Opus Dei gracias a mossèn Alavedra y, en ese círculo, trabó amistad con Laureano López Rodó y otros altos cargos del régimen.
En 1947, Porcioles aprobó las oposiciones de notario en Barcelona. Cinco años después, en el Congreso Eucarístico Internacional de 1952, ya andaba metido hasta el cuello como secretario del Patronato de Viviendas, gestionando pisos para la ocasión.
En 1957, con el Plan de Estabilización, el régimen cambió de rumbo económico y llegaron los ministros tecnócratas, esos que querían modernizar España sin dejar de ir misa y sin alborotar demasiado.
Ese año tocaba nombrar nuevo alcalde de Barcelona y Franco ya empezaba a cansarse de tanto uniforme rancio. Quería algo más “moderno”, pero sin perder el control. López Rodó, ya ministro, le sopló el nombre de Porcioles: leal al régimen, pero sin estridencias. Así fue como Porcioles se convirtió en alcalde de Barcelona, cargo que ocupó de 1957 a 1973. Por el cargo cobraba 25.000 pesetas al mes.
JOSÉ MARÍA PORCIOLES ALCALDE 1957-1973
Justo cuando Porcioles se estrenaba como alcalde, Barcelona empezó a recibir una constante riada humana de trabajadores llegados de toda España buscando un futuro. Hacían falta nuevos barrios para los recien llegados. Promulgó la Ley de la Vivienda y empezó a levantar bloques a toda velocidad, baratos y sin tiempo para jardines, escuelas o ambulatorios. Los barrios brotaban como setas, guiados por recalificaciones exprés y favores.
EL URBANISMO A TODO GAS
Así nació el llamado “urbanismo porciolista”, una máquina imparable que mezclaba cemento, urgencia y contactos. Porcioles tiró de «Planes Parciales», una jugada maestra que permitía construir más pisos por metro cuadrado. Así se llenaron zonas como el Turó de la Peira, el Carmel, los Cañones, Espronceda, la Verneda, Roquetes, y bloques como los de Juan Antonio Parera o Roberto Bassas.

La ola de cemento llegó a los alrededores: San Cosme en El Prat, Pomar en Badalona, Singuerlín en Santa Coloma, La Mina en Sant Adrià, el Gornal y Bellvitge en L’Hospitalet. Para el resto, polígonos baratos desde Glòries hasta el Besòs. Eso sí, para los que tenían cartera, también hubo regalos: edificios de postín en la Diagonal y Les Corts, con zonas verdes y todas las comodidades.

Las promotoras hacían lo que querían y constructoras como Núñez y Navarro iban por libre, con la bendición del Ayuntamiento. ¿Que había que enchufar más pisos a un edificio modernista del Eixample? Hecho. ¿Que salían torres sin orden ni concierto? Adelante. Eso sí, se construyó a lo bestia… no como ahora.
Porcioles también tiró de pico y pala en grandes avenidas: completó la calle Aragón, abrió la Meridiana y alargó la Diagonal. Y hasta se acordó de plantar jardines: la rosaleda del parque Cervantes, los de Joan Maragall o Costa i Llobera fueron obra suya.

Además, se inventó su propia “Operación Cataluña”, una maniobra para venderle a Franco que soltar un poco de cuerda en Barcelona no era tan mala idea. Así llegó la ansiada Carta Municipal: un marco de autogobierno muy limitado, pero que permitía a la ciudad moverse un poco por sí misma dentro del corsé franquista.
¿Porcioles abriendo un museo para un artista comunista? Pues sí: en 1963, durante su mandato, nació el Museo Picasso. También respaldó la creación de la Fundación Joan Miró, dedicada a otro artista que se había exiliado. A veces, hasta el franquismo tenía momentos de modernidad controlada.
Relanzó el Zoo de Barcelona y llenó la ciudad de ferias: Sonimag, HogarHotel, el Salón del Automóvil, el Náutico, la Feria de Muestras…
Y se atrevió con lo simbólico: se volvieron a bailar sardanas prohibidas desde la guerra y regresaron tradiciones como la fiesta de los Tres Tombs. Sardanas, castellers y misas. Eso sí, si alguien le quitaba el sueño a Porcioles era Federico Acedo Colunga, gobernador civil de Barcelona. Acedo obedecía al ministro de Gobernación; Porcioles, a Franco en persona. Y claro, cuando uno se siente virrey, los choques son inevitables. Y frecuentes.
Porcioles tenía entre ceja y ceja hacer de Montjuïc algo más que una montaña olvidada. Consiguió que el Estado le cediera parte del castillo y los terrenos militares de alrededor. ¿El resultado? Una carretera hasta arriba del todo y unos jardines con vistas que la gente acabó llamando, con sorna, «el mirador del alcalde«.
Pero la gran jugada llegó en 1963, cuando un empresario venezolano le propuso montar un parque de atracciones. Porcioles, al que todo lo que oliera a modernidad le entusiasmaba, dio el sí sin pensárselo. Y así, el 23 de junio de 1966, se inauguró el Parque de Atracciones de Montjuïc: fue un bombazo y aguantó hasta 1998.
También dejó su sello en Plaza Cataluña: mandó construir las dos fuentes, pavimentó el centro con una enorme estrella dentro de un círculo y metió un parking subterráneo para que los coches no molestaran. El 14 de octubre de 1965, además, celebró a lo grande la reinauguración del funicular de Montjuïc.
En España, los funcionarios se jubilaban a los 70, y en 1973 Porcioles tenía 69. El Gobierno decidió no renovarle el cargo y la noticia, para más inri, se la dio su viejo padrino político: Laureano López Rodó. Así, sin dramatismos, se quedó sin silla.
Se retiró justo cuando arrancaba la crisis del petróleo: precios por las nubes, fábricas paradas, colas, protestas… El país se venía abajo y el viento ya no soplaba a favor del urbanismo a golpe de recalificación. Se fue a su rincón en Vilassar y allí murió el 3 de septiembre de 1993.
Años después, incluso Pasqual Maragall, alcalde socialista y poco sospechoso de franquismo, reconoció que Porcioles no lo hizo todo mal: arregló infraestructuras, mejoró las comunicaciones y dio techo a miles de inmigrantes, no en vano fue el alcalde que más tiempo duró en el cargo.
FUENTES CONSULTADAS / AGRADECIMIENTOS
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– JOSÉ MARÍA DE PORCIOLES: EL REGIONALISMO FRANQUISTA Y LA MODERNIZACIÓN DEL DERECHO CATALÁN. academia.edu/89540957
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