UNA CIUDAD PARTIDA EN DOS
La posguerra dejó una Barcelona fracturada, casi esquizofrénica. Mientras en Montjuïc, el Somorrostro o los márgenes del Besòs crecían montañas de barracas sin agua ni luz, la alta burguesía catalana se tomaba el vermut en terrazas soleadas. Unos sobrevivían con pan negro de racionamiento; otros brindaban con champán francés. No es una metáfora ni una exageración: fue una convivencia obscena y cotidiana.
La élite económica catalana se alineó sin demasiados complejos con el franquismo. Renunció a libertades políticas, culturales y nacionales, y a cambio obtuvo seguridad, continuidad patrimonial y un marco estable donde volver a mandar como antes de la guerra. Para ellos, la derrota republicana no fue una tragedia, sino una oportunidad.
LA ALTA BURGUESÍA
Los apellidos que importaban eran los de siempre: Godó, Güell, Suqué, Juncadella, Bertrand y Serra, Milà o Ventosa. Vieja aristocracia y nueva plutocracia, mezcladas en un mismo cóctel social, unidas por una necesidad común: caer bien al régimen y no levantar sospechas.
En esas familias el dinero no bastaba. Había que exhibirlo con estilo, convertirlo en paisaje urbano, en gesto cotidiano. Y, sobre todo, asegurarse de que el vecino lo viera.
EL LUJO
Uno de los símbolos más claros de esa ostentación fue el segundo Conde de Godó, que en 1947, mientras la mayoría de la ciudad aún dependía de las cartillas de racionamiento, se compró un balandro inglés, el Rosalind. Veinticinco metros de madera noble que navegaban por regatas donde la competición real no estaba en el mar, sino en la cubierta: quién llevaba la pamela más grande, quién estrenaba chófer o qué marquesa se dejaba ver con un “amigo íntimo”. El lujo no era solo placer: era una forma de reafirmar jerarquías.
TERRAZAS Y CAFÉS, EL TEATRO SOCIAL DE LA BURGUESÍA
Los cafés y terrazas funcionaron como auténticos escenarios sociales. La Terraza del Parellada, activa entre 1929 y 1967 en la confluencia de Córcega con Diagonal, reunía a caballeros de puro y bastón y a señoras enjoyadas tomando el té como si la guerra nunca hubiera pasado. Allí se hablaba poco de política y mucho de posiciones sociales. El silencio también era una forma de adhesión.
EL SANDOR Y LA DOBLE MORAL
El Bar Sandor, abierto en 1944 en la entonces plaza Calvo Sotelo —hoy Francesc Macià—, fue durante décadas el templo de la “gente bien”. Se iba a cenar, sí, pero lo fundamental era dejarse ver en su magnífica terraza.
Tan formal y respetable a primera hora, el local escondía una segunda vida en su sótano. Los camareros murmuraban que algunos clientes pedían “mesa para tres”, y no precisamente para compartir ensalada. El Sandor vivía en permanente esquizofrenia moral: respetabilidad burguesa por la tarde, cabaret de lujo al caer la noche. Justo al lado, el cabaret Lamoga de Fernando F. Iquino completaba el ecosistema.
LA DIAGONAL COMO CLUB SOCIAL AL AIRE LIBRE
La Bagatela, en la Diagonal con Tuset, fue otro punto clave del mapa social. Terraza soleada, clientela selecta y largas sobremesas cargadas de cotilleo. Era una cafetería, sí, pero también un club social sin carnet.
A su alrededor orbitaban otros locales igual de exclusivos: el Restaurant La Puñalada, activo entre 1927 y 1998 en el Paseo de Gracia, con su popular maître Josep Sabaté; la horchatería Valenciana de la Gran Vía; o el Salón Rosa del señor Celestino Rabassó, especializado en bodas, comuniones y cenas de alto copete.
LA TERRAZA MARTINI, EL BALCÓN DEL GLAMOUR
La Terraza Martini nació en 1961 en lo alto del edificio del Banco Rural y Mediterráneo, en el número 16 del Paseo de Gracia. Pronto se convirtió en el gran escaparate social de la ciudad.
Durante los años sesenta y setenta fue el balcón del glamour barcelonés: cócteles, desfiles, presentaciones de coches y fiestas donde se mezclaban ejecutivos, modelos y señoronas deseosas de salir en la prensa. Allí el franquismo se volvía cosmopolita, al menos en apariencia.
EL RITZ Y LA ALTA SOCIEDAD NOCTURNA
Otro punto de encuentro fundamental para la élite económica fue la Parrilla del Ritz, que desde 1942 animó a la alta sociedad con orquestas y vocalistas de fama internacional. El Ritz no solo ofrecía cenas: ofrecía pertenencia.
FIESTAS PRIVADAS Y SILENCIOS OBLIGATORIOS
A puerta cerrada, las mansiones de la Bonanova, Sant Gervasi o Pedralbes acogían fiestas privadas con barra libre de whisky escocés y señoritas de compañía llegadas de París. A esas veladas acudían empresarios, nobles, militares franquistas y algún obispo curioso.
La consigna era clara: lo que pasaba en la fiesta, quedaba en la fiesta.
EL PARALELO Y LOS CABARETS
Aunque públicamente se escandalizaban, muchos miembros de la burguesía cruzaban Ramblas abajo hasta los cabarets del Paralelo. Apellidos ilustres eran habituales en locales como el Cabaret Excelsior o el Copacabana, en el Pasaje de la Banca, activo entre 1960 y 1971.
Allí, el cante jondo, las vedettes y el champán escondido bajo la mesa componían un espectáculo tan clandestino como tolerado.
EL LICEU, CATEDRAL BURGUESA
El Gran Teatre del Liceu fue mucho más que un templo de la ópera: fue la catedral social de la burguesía catalana. Los palcos funcionaban como títulos nobiliarios heredados, y lo importante no era escuchar a Verdi, sino exhibir pieles, joyas y amantes estratégicamente colocadas.
En los entreactos corría el champán a escondidas y las confidencias peligrosas. El famoso Baile de Máscaras permitía pecar con antifaz y sin culpa.
DEPORTES Y ESTATUS
El deporte también servía para marcar jerarquías. El Reial Club de Golf Pedralbes, inaugurado en 1912, cerró en 1953 cuando los terrenos fueron reclamados para la futura ciudad universitaria. Los socios no se quedaron huérfanos: fundaron inmediatamente el Real Club de Golf El Prat.
El Real Club de Polo, instalado en la Diagonal desde 1932, fue otro bastión social imprescindible.
Otros entretenimientos tenían menos glamour, pero cumplían la misma función. Los picaderos Marcet y Arsenio reunían a jinetes de fin de semana; el Skating era más escaparate que pista; y en el Boliche de la Diagonal se jugaba a los bolos con aires de Manhattan.
El tenis se convirtió en el gran escaparate de los años cincuenta. En 1953 se colocó la primera piedra de la nueva sede del Real Club de Tenis Barcelona en Can Canet. El impulsor fue, una vez más, el Conde de Godó, que ese mismo año estrenó el trofeo que llevaba su apellido.
El torneo era menos deporte que desfile: vestidos de Asunción Bastida, Santaeulalia o Pertegaz, sombreros de Balenciaga y aplausos tibios acompañaban los saques ganadores.
LOS CINES DE LA ÉLITE
El cine también tuvo salas “para ellos”. El Cinema Miria, en el Pasaje Mercader, era conocido como el cine aristocrático. El Cine Íntim, en Rambla Catalunya, funcionó con distintos nombres hasta 1958. El Windsor Palace, inaugurado en 1946 en la Diagonal, fue el “Liceo del celuloide”. El Rialto, en Francesc Macià, completaba la ruta.
TOROS Y ALTA COSTURA
Las corridas de toros eran menos espectáculo que desfile social. La Monumental se llenaba de damas con tocados imposibles y caballeros de reloj suizo. La afición taurina era secundaria: lo importante era aparecer bien situados en las fotos del lunes.
LA EDUCACIÓN DE LA ÉLITE
Los hijos de la alta burguesía no iban a cualquier colegio. Los niños acababan en los Jesuitas de Sarrià o en La Salle Bonanova, auténticas fábricas de futuros abogados y empresarios.
Las niñas acudían a los Sagrados Corazones, donde aprendían francés, piano y protocolo. Otros pasaban por el Lycée Français o el Colegio Alemán de la calle Moyà. Luego venía Derecho en la UB o algún máster en Suiza. El círculo quedaba cerrado.
AGRADECIMIENTOS
Vídeo Lejos de los árboles, película de Jacinto Esteva
Todocoleccion.net
Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya
Barcelofilia.blogspot.com
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