El barrio de Verdum, es un barrio de forma triangular formado a principios de los años cincuenta en el actual distrito de Nou Barris. Con una superficie de 0,23 km², Verdum es el tercer barrio más pequeño de la ciudad por detrás de Can Peguera y la Clota. (0,23 Km2 .y está delimitado por la Vía Favència, la Vía Júlia y la calle Artesanía. ESTA ES SU HISTORIA
CUANDO VERDUM ERA CAMPO
Antes de que el hormigón lo cubriera todo, Verdum era un terreno con barrancos y torrentes repletos de encinas, pinos, algarrobos y viñas dependiente del la villa de Sant Andreu de Palomar.
A finales del siglo XIX, la plaga de la filoxera arrasó los viñedos. El campo se quedó baldío, y lo que fue tragedia agrícola se convirtió en oportunidad urbanística. El terreno quedó disponible, y la ciudad, hambrienta de espacio, empezó a mirar hacia este rincón norte.
PRIMERAS PIEDRAS, PRIMERAS CASAS La primera gran construcción que vio la zona fue el Instituto Mental de la Santa Cruz. Para comunicarlo con el barrio de Vilapicina se abrió la carretera del Manicomi después llamada calle Doctor PI i Molist (1904).
Corría la década de 1920 y la ciudad de Barcelona, ya desbordada por su propio crecimiento, miraba hacia las afueras. Allí, donde terminaba el tranvía y comenzaban los caminos de tierra, había espacio de sobra. Campo barato. Mucho polvo, pocos servicios. Y gente con hambre de un hogar.
Los terrenos de Verdum, por entonces sin nombre ni orden, se ofrecían al mejor postor. El precio era de 10 céntimos el palmo. Muchos de los compradores eran jornaleros o trabajadores recién llegados, familias enteras que no podían permitirse ni una habitación en la Barcelona obrera. Aquí, entre barrancos y antiguas viñas, veían la oportunidad de levantar su propia casa con sus propias manos.
VERDUM: LA MEMORIA DE UNA GUERRA LEJANA
Pocas personas lo recuerdan hoy, pero el nombre de Verdum —sí, con “m” final como se castellanizó durante décadas— no nació por azar ni por geografía. Fue un homenaje. En 1919, apenas un año después de que terminara la Primera Guerra Mundial, Barcelona se sumó a las conmemoraciones internacionales dedicadas a los soldados caídos en la Batalla de Verdún, una de las más sangrientas de la historia.
Con aquel nombre comenzó a trazarse el esqueleto urbano del futuro barrio. Junto al paseo, aparecieron nuevas calles: Casals i Cubero, Viladrosa, Artesania… Un entramado de caminos que, si bien dibujados con cierta lógica sobre el plano, en la práctica eran más barro que vía. El avance era lento. Las calles se abrían a golpe de pico y pala, muchas veces gracias a la iniciativa vecinal, sin máquinas ni permisos. A falta de urbanización, buena era la voluntad.
Las calles —si se les podía llamar así— eran caminos de tierra marcados por el paso de carros y de pies. A menudo no había títulos de propiedad ni permisos municipales. Se construía con lo que se podía: ladrillos, maderas, uralita.
Las primeras construcciones aparecieron entre la actual calle Batllori, la calle Viladrosa y el incipiente paseo de Verdún. Algunas familias vivían durante meses en barracones improvisados mientras levantaban sus viviendas definitivas. Los niños jugaban entre las zanjas y los escombros, aprendiendo a sortear charcos y a trepar andamios de fortuna.
No había desagües, ni alumbrado, ni agua corriente. La electricidad era un lujo y la luz de carburo o de vela era lo habitual. El agua se sacaba de pozos, cuando los había, y muchas veces se compartía entre varias casas. Aun así, aquel rincón era preferible a muchas de las barracas del Somorrostro o Montjuïc, donde el hacinamiento era insoportable.
A pesar de las carencias, la vida social empezaba a florecer. Las familias se ayudaban entre sí, compartiendo herramientas, ladrillos y comidas. Las verbenas se improvisaban en los patios, y los días festivos, la gente se reunía para bailar o escuchar a alguien que traía una radio.
CHARLOT Y LOS BARRIOS DEL OESTE
La calle Casals i Cubero unía la barrida de Verdum con la barriada de Charlot. El apodo venía de Carmel Tusquellas. Le llamaban “Charlot” por organizar en los años veinte unas charlotadas taurinas.
Tusquellas, junto con otros vecinos visionarios, fundó en 1925 la Defensa de la Propiedad Urbana de las Afueras de Sant Andreu del Palomar, la primera asociación vecinal de la zona. Más tarde, bajo el franquismo, la entidad se reconvirtió en algo más domesticado: la Asociación de Propietarios y Contribuyentes de las Roquetas, con sede en Vía Júlia.
Las calles eran empinadas y sin pavimentar. Cuando llovía, el barrio se transformaba en una pista de barro resbaladizo, y los carros se quedaban atascados en los barrancos. El torrente del Dragó y el de la Font d’en Canyelles, que discurrían por lo que hoy son calles transitadas como Batllori o Artesania, seguían marcando el paisaje con su curso salvaje.
En la parte alta, ya tocando la falda de Collserola, apareció otra barriada improvisada. Fue promovida por Jaume Pinent y su mujer Rosa Valls, quienes decidieron parcelar y vender terreno sin esperar permiso ni bendición municipal.
La población que llegaba era cada vez más diversa. Muchos eran trabajadores de fábricas de Sant Andreu —de la Fabra y Coats, la Maquinista Terrestre i Marítima, la Hispano-Suiza o los talleres de Renfe— y otros, simplemente, buscaban una vida mejor.
Los más numerosos eran emigrantes de Valencia, Murcia y Aragón, que habían sido atraídos por la promesa de trabajo en la Exposición Universal de 1929 o por el rumor de que, en Barcelona, si no sobraba el pan, al menos se podía buscar.
Y así, mientras en el Eixample los tranvías avanzaban entre avenidas arboladas, en Verdum la gente tenía que caminar kilómetros para subirse al trolebús. Hasta 1926, cuando llegaron los autobuses de la línea C desde la Barceloneta y Sant Andreu, el aislamiento era total.
Las calles iban apareciendo con nombres que hoy resultan familiares: Batllori, Joaquim Valls, Seixanta Metres (Via Favència) y en el antiguo paseo de la Montaña llamado después calle de los Cuarenta Metros que con su prolongación por la calle Portallada, dará paso en el futuro a la Vía Julia.
VERDUM EN LOS AÑOS TREINTA DEL SIGLO XX
En los años 30, el Ateneo Familiar Artístico y Cultural fue el centro de vida social del barrio. Entre partidos de fútbol, teatro, fotografía y bailes en la Peña Drácula, los vecinos se unían en una comunidad viva. Hasta que la dictadura llegó con su censura y lo disolvió todo.
Con la llegada de la República en 1931, el ayuntamiento intentó poner orden: el barrio conoció un primer intento de dignificación. Se colocaron bordillos, se plantaron árboles (que no siempre sobrevivían a los inviernos), y en la famosa calle de los Sesenta Metros —hoy Vía Favència— se instaló una fuente pública, que no solo proporcionaba agua, sino también conversaciones, lavadoras improvisadas, peleas de críos y hasta algún que otro cortejo.
Hasta que en 1939, con la victoria franquista, todo se vino abajo. El Ateneo fue disuelto. Sus locales, requisados. En su lugar, llegaron organizaciones falangistas que poco o nada tenían que ver con el espíritu original. Aquel espacio pasó de ser un punto de encuentro vecinal a un instrumento de propaganda del régimen. Las tertulias se trasladaron a las cocinas, las partidas de ajedrez se jugaron en bares discretos y las canciones populares cambiaron las letras, pero no la música. Y mientras tanto, más vecinos llegaban.
VERDUM EN LA POSTGUERRA
La posguerra trajo consigo una nueva ola migratoria. Andalucía, Galicia, Castilla… Familias enteras desembarcaban con maletas de cartón y esperanza. Eran tiempos duros, pero también de fraternidad. En medio del barro y la precariedad, se tejían redes de ayuda. Una silla prestada, una receta compartida, un consejo para encontrar trabajo. Así se construía comunidad.
Las mujeres del barrio, siempre a la sombra en los relatos oficiales, fueron verdaderas arquitectas del día a día. Organizaban comidas comunales, cuidaban de los hijos de todas, limpiaban calles que el Ayuntamiento ni pisaba, y algunas, incluso, empezaban a hablar de derechos. Sin pancartas, sin micrófonos, pero con una firmeza que ningún dictador podía quebrar.
En 1944, en plena posguerra y con muchas bocas que alimentar, nació la Obra Social de Verdum. Fue una iniciativa modesta, pero vital. Repartía alimentos, ropa usada y algo de dignidad entre quienes más lo necesitaban. Las colas eran largas, pero allí nadie juzgaba: todos sabían que, en algún momento, también les tocaría estar del otro lado del mostrador.
VERDUM EN LOS AÑOS CINCUENTA
Desde los años cincuenta, empezaron a llegar camiones y trenes llenos de familias enteras procedentes de Andalucía, Galicia y otras tierras que no salían en los mapas turísticos. No venían buscando el mar, sino un techo. Lo encontraron en Verdum… más o menos.
La zona ya sumaba cerca de 50.000 almas hacinadas entre calles de barro y casitas levantadas con más ilusión que licencia. El Ayuntamiento, viendo que el panorama se le iba de las manos —y que los pobres, por algún extraño motivo, no desaparecían por arte de magia— decidió actuar. Y como era la época del nacionalcatolicismo y de los grandes gestos, aprovecharon el evento religioso del año para hacer limpieza social.
En 1952, Barcelona fue sede del XXXV Congreso Eucarístico Internacional, una cita que atrajo a obispos, cámaras de NO-DO y una buena excusa para adecentar la ciudad. Así que a alguien se le ocurrió lo siguiente: “¿Y si aprovechamos para quitar de en medio a los de las barracas del centro?” Dicho y hecho. A golpe de decreto y camión de mudanza, miles de personas fueron trasladadas desde la Diagonal y otras zonas “poco decorosas” hacia Verdum, donde les habían construido unas viviendas nuevas: las flamantes “Cases del Gobernador”. No las construyó un santo, sino el gobernador civil Felipe Acedo Colunga. Lo que levantaron fueron 41 bloques de altura media, colocados con tiralíneas en el estrecho triángulo de 0,23 km² que ya ocupaba el barrio.
El barrio estaba tan desconectado del resto de la ciudad que a veces parecía que habían mudado a la gente a una dimensión paralela. Para ir al centro había que armarse de paciencia, botas de montaña y buen humor.
La calle que daba acceso al barrio fue denominada Calle Karl Marx. El espacio era un descampado que conectaba los barrios de Verdún y La Prosperitat. Ya desde 1936 se proyectó crear una plaza que no fue urbanizada hasta entre 1956 y 1958. Su nombre inicial bajo el régimen franquista fue Plaza Llucmajor, en honor a la localidad mallorquina Lluchmayor. Este nombre se mantuvo hasta 2016, cuando se rebautizó como Plaza de la República
El transporte público brillaba por su ausencia. En 1953, llegaron por fin los primeros autobuses, los míticos vehículos de Talleres Aragall y Cía, conocidos como el “Tac” o “Pérgamo”. Aun así, muchos vecinos tenían que caminar hasta “Los Quince” para coger un tranvía decente.
Otros, los más valientes, subían a pie hasta Horta para tomar la línea 46 o jugársela con los autobuses de las compañías ANB o Roca. No fue hasta 1955 cuando llegó el tranvía 47 hasta Virrey Amat, lo cual se celebró casi como si fuera el regreso del Mesías.
En el barrio había algunas empresas como la Hispano Villiers (1951), una Fábrica de motores para motocicletas y microcoches, fundada bajo licencia inglesa. Alcanzó gran éxito en los años 50 y 60 antes de transformarse en Hispano Motor para fabricar motores Lombardini bajo licencia italiana.
También estaba la Ideal Plástica Flor (1956): Conocida como la «fábrica de las flores», producía decoraciones florales de plástico para el hogar. Cerró en 2009 y el solar fue convertido en aparcamiento provisional. Actualmente, se proyecta la construcción de una biblioteca pública en su lugar.
IGLESIAS, ESCUELAS Y DIGNIDAD
A falta de iglesia, las misas se celebraban en locales hasta que en 1959 se construyó un barracón provisional en honor a San Sebastián. En 1966 se inauguró la parroquia definitiva en la calle Viladrosa, diseñada por Josep Maria Martorell. La educación también fue llegando: el colegio Mio Cid abrió sus puertas en 1970.
EL DESPERTAR VECINAL
En los años 70, el movimiento vecinal tomó fuerza. Desde locales improvisados en bares o casas particulares, se organizaban protestas, recogidas de firmas y encuentros clandestinos. Se crearon redes de ayuda mutua: alimentos, herramientas, clases de alfabetización.
La Coordinadora de Sant Antoni fue un motor de lucha contra el franquismo. Se frenó el Plan Parcial Torre Baró-Vallbona-Trinitat, que pretendía reubicar a miles en bloques sin servicios. Verdum se defendía desde abajo.
DE LA LEGALIZACIÓN A LA REFORMA
El alcalde Porcioles impulsó el desarrollismo con planes como el de Les Roquetes (1957) que legalizaba las casas de autoconstrucción y las barracas y afectaba a la parte del barrio comprendida entre las calles Gongora, Artesanía y Almansa y el plan Prosperitat-Verdum (1958), que legalizaban construcciones y daban luz verde a nuevas viviendas. Pero la calidad de vida seguía siendo baja.
Muy cerca de Verdúm, frente a la Guineueta Vieja, la cooperativa La Puntual, La Obra sindical del Hogar y la constructora Darsa construyeron los bloques de Roberto Bassas más conocidos como “La Guineueta” (1964). En 1971 se inauguró el parque de la Guineueta junto a la plaza Lluchmajor
En los años 80 llegaron los grandes logros: se asfaltaron calles, cerraron industrias contaminantes, se remodelaron las «Cases del Gobernador» y se entregaron nuevas viviendas en 2007. La apertura de la Vía Júlia y la llegada del metro fueron claves para conectar el barrio con el resto de la ciudad.
UN BARRIO VIVO, CON MEMORIA
Hoy Verdum es un barrio pequeño en tamaño pero grande en historia. Tiene apenas 0,23 km², pero en cada metro cuadrado hay décadas de lucha, solidaridad y vida. Su población, diversa y renovada, sigue construyendo barrio con orgullo.
Organizaciones como la Fundació Pare Manel o el Arxiu de Nou Barris cuidan la cohesión social y preservan la memoria de quienes hicieron posible lo que hoy disfrutamos. Verdum no olvida su pasado rural, ni sus casas de barro, ni su red vecinal que lo sacó adelante. Porque si algo define a Verdum es su gente. Y su gente no se rinde.