CATALUÑA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

 

A principios del siglo XX, Cataluña presenció el nacimiento de la Mancomunitat de Catalunya, una institución que, aunque con modestas aspiraciones, buscaba otorgar a la región una mayor autonomía en la gestión de sus recursos y asuntos, liberándola de la burocracia centralizada de Madrid.

Fundada en 1914, la Mancomunitat representó un soplo de aire fresco para la modernización del territorio catalán, a pesar de sus limitaciones. Sin embargo, su existencia fue efímera, ya que la llegada de una dictadura que la consideró una amenaza para la unidad de España provocó su disolución.

 

UN TERREMOTO: LA LLIGA REGIONALISTA

Para comprender el origen de la Mancomunitat de Catalunya, es crucial analizar el contexto político de principios del siglo XX en Cataluña, marcado por las elecciones generales del 21 de abril de 1907. Estos comicios representaron un punto de inflexión en la política catalana, con un resultado que sacudió el panorama político tanto a nivel regional como nacional.

En un sistema electoral español caracterizado por el caciquismo y las prácticas corruptas, la coalición Solidaritat Catalana emergió como una fuerza política inesperada y arrolladora. Esta coalición, formada en 1906, reunía a un amplio espectro ideológico, desde la conservadora Lliga Regionalista hasta carlistas, republicanos nacionalistas, federales e integristas. A pesar de sus diferencias ideológicas, estos grupos compartían un profundo descontento con los partidos dinásticos españoles y una firme determinación de defender los intereses de Cataluña en Madrid.

 

El resultado de las elecciones fue un triunfo sin precedentes para Solidaritat Catalana, que obtuvo 41 de los 44 escaños catalanes en el Congreso de los Diputados. Este resultado supuso un claro rechazo a los partidos tradicionales y un fuerte respaldo a la defensa de los intereses catalanes. Su victoria generó preocupación en los círculos políticos de Madrid, que vieron en esta coalición una amenaza para la estabilidad del sistema político español.

 

ENRIC PRAT DE LA RIBA

 

Tras el contundente triunfo de Solidaritat Catalana en las elecciones de 1907, Prat de la Riba, líder de la Lliga Regionalista y presidente de la Diputación de Barcelona, se propuso traducir el clamor popular en una acción política concreta. Su propuesta fue la creación de una entidad administrativa que aglutinara las cuatro diputaciones catalanas.

Esta iniciativa, que culminaría en la Mancomunitat de Catalunya, respondía a una lógica clara: permitir a Cataluña gestionar sus propios recursos y servicios de manera más eficiente, sin la necesidad de depender de la burocracia centralizada de Madrid.

La visión de Prat de la Riba se centraba en la idea de que Cataluña, al coordinar sus instituciones locales, podría tomar decisiones más acordes a sus necesidades y prioridades. Esta propuesta buscaba otorgar a Cataluña una mayor autonomía en la gestión de sus asuntos, permitiéndole decidir sobre el destino de sus propios recursos y la mejora de sus servicios públicos.

 

OBSTÁCULOS, PUÑALADAS Y UN ASESINATO POR EL CAMINO

 

La idea de Prat de la Riba, aunque clara, requería de una ardua labor de negociación y consenso político. A pesar de contar con el respaldo inicial del presidente del Gobierno, José Canalejas, la tragedia se interpuso en el camino. El asesinato de Canalejas en 1912 sumió al proyecto en la incertidumbre y enrareció aún más el ambiente político.

 

A pesar de la adversidad, Prat de la Riba perseveró, navegando por un laberinto de negociaciones y presiones políticas. Finalmente, el 18 de diciembre de 1913, el gobierno conservador de Eduardo Dato otorgó su aprobación a la creación de la Mancomunitat. Sin embargo, esta aprobación vino acompañada de limitaciones y restricciones, reflejando las tensiones y resistencias existentes en el panorama político español.

 

6 DE ABRIL DE 1914: ¡NACE LA MANCOMUNITAT!

 

El 6 de abril de 1914, Cataluña inauguró la Mancomunitat, su primera institución propia en más de dos siglos. Este acontecimiento marcó un hito significativo en la historia catalana, representando un paso hacia la recuperación de su autogobierno. Aunque no era equivalente a la Generalitat ni a un gobierno autónomo, la Mancomunitat representó un avance sustancial para la época. Enric Prat de la Riba fue elegido como su primer presidente, liderando un consejo de ocho miembros encargado de administrar las competencias otorgadas por Madrid.

 

La creación de la Mancomunitat generó reacciones diversas. Mientras que algunos la veían como un progreso en la descentralización administrativa, otros en Madrid la consideraban una amenaza a la unidad de España. Existía la preocupación de que la Mancomunitat pudiera servir como plataforma para el avance del nacionalismo catalán y la demanda de mayor autonomía.

 

A pesar de sus limitaciones, la Mancomunitat desempeñó un papel crucial en la modernización de Cataluña, impulsando proyectos en áreas como infraestructura, educación y cultura. Representó un intento de articular las demandas de autonomía y autogobierno de la región catalana.

 

PRAT DE LA RIBA: LA MODERNIZACIÓN POR BANDERA

 

Con la Mancomunitat de Catalunya ya establecida, Enric Prat de la Riba se dispuso a maximizar su potencial. Sin embargo, un obstáculo significativo se presentaba: la dependencia económica de las diputaciones provinciales hasta 1918, y las limitadas competencias otorgadas por Madrid. A pesar de estas restricciones, se inició un proceso de modernización sin precedentes en Cataluña, priorizando la gestión eficiente de los recursos disponibles para demostrar la capacidad de autogobierno de la región.

 

MODERNIZACIÓN EN AMPLIOS SECTORES

 

Prat de la Riba lideró una ambiciosa agenda de modernización en infraestructuras, educación y cultura. En el ámbito cultural y educativo, se impulsó el Institut d’Estudis Catalans y la Biblioteca de Catalunya, se promovieron escuelas experimentales y bibliotecas populares, y se fomentó el uso del catalán en la administración pública, culminando en la unificación ortográfica de Pompeu Fabra. También se protegió el patrimonio cultural catalán mediante Juntas de Museos y el Servei de Conservació i Catalogació de Monuments.

 

Se crearon instituciones para la formación de maestros y técnicos, como el Seminari-Laboratori de Pedagogia, la Escola Catalana d’Art Dramàtic, la Escola Superior dels Bells Oficis, el Institut d’Orientació Professional, l´Escola d’Alts Estudis Comercials y L´Escola de Generes de punt de Canet de Mar, y se mejoraron centros educativos existentes.

 

En el ámbito sanitario, se fundó la Escola d’Infermeres y se organizaron clínicas especializadas, además de crearse una escola zootecnica para modernizar las prácticas agrícolas y ganaderas. En beneficencia, se aprobó una pensión para obreros mayores de 75 años y la Mancomunitat asumió la gestión de servicios a dementes y de las Casas de Caridad, Maternidad y Expósitos.

 

En infraestructuras, se mejoraron carreteras, puentes y caminos, se reforestaron bosques, se amplió la red telefónica y se fortalecieron los servicios meteorológicos. Sin embargo, la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923 truncó gran parte de estos avances.

 

La Mancomunitat representó el mayor logro del catalanismo político hasta la fecha, demostrando la capacidad de autogobierno de Cataluña. No obstante, la prematura muerte de Enric Prat de la Riba en 1917, a los 47 años, supuso un duro golpe para el proyecto.

 

PUIG I CADAFALCH: EL CONTINUADOR CON VISIÓN DE FUTURO

 

Tras la inesperada muerte de Enric Prat de la Riba en 1917, la Mancomunitat de Catalunya se enfrentó a un momento crucial. La pregunta sobre quién tomaría el relevo era inevitable, y la elección recayó en Josep Puig i Cadafalch, una figura polifacética con un impresionante currículum. Arquitecto, historiador y político, Puig i Cadafalch había dejado su huella en el modernismo catalán con edificios emblemáticos, pero ahora se enfrentaba al desafío de construir el futuro político de Cataluña.

 

Su misión era clara: continuar con el legado de Prat de la Riba y consolidar la Mancomunitat. Bajo su liderazgo, se concibieron proyectos ambiciosos que transformarían la fisonomía de Barcelona y de toda Cataluña. Uno de los proyectos estrella fue la preparación de la Exposición Internacional de 1929, concebida para proyectar a Barcelona en el escenario mundial. Además, impulsó la urbanización de la Plaza Cataluña, transformándola de un espacio caótico en el corazón vibrante de la ciudad.

 

La visión de Puig i Cadafalch trascendió la mera continuidad; buscó imprimir su propio sello, combinando su experiencia arquitectónica con una visión política de modernización y proyección internacional para Cataluña.

 

FRANCESC CAMBÓ

 

Más allá de los presidentes de la Mancomunitat, la figura de Francesc Cambó emerge como un actor clave en la compleja dinámica política de la época. Desempeñó un papel crucial como intermediario entre Cataluña y el gobierno central en Madrid. Su estrategia se basaba en el pragmatismo, buscando un entendimiento con el Estado español que permitiera una mayor autonomía para Cataluña sin llegar a la ruptura.

 

A diferencia de aquellos que abogaban por la independencia, Cambó defendía un modelo de pacto y colaboración con Madrid, buscando obtener concesiones para Cataluña a través del diálogo y el apoyo a los gobiernos españoles. Su influencia en la política nacional fue significativa, llegando a ocupar cargos ministeriales en gobiernos españoles, lo que generó tanto admiración como críticas.

 

Fue un defensor de un Estatuto de Autonomía para Cataluña, aunque este proyecto no llegó a materializarse. Su aceptación de la Mancomunitat como un primer paso hacia la autonomía catalana refleja su enfoque pragmático y su disposición a buscar soluciones negociadas. Su figura es objeto de debate, generando opiniones encontradas sobre su papel en la historia de Cataluña y España.

 

EL GOLPE DE PRIMO DE RIVERA: EL DESPERTAR DEL SUEÑO

 

El proyecto de la Mancomunitat, que había avanzado con paso firme, se vio abruptamente interrumpido en 1923 con el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, quien instauró una dictadura militar con el respaldo del rey Alfonso XIII y sectores de la Lliga Regionalista. Estos últimos, buscando estabilidad ante la crisis post-Primera Guerra Mundial y el conflicto en Marruecos, no previeron las consecuencias de su apoyo.

Primo de Rivera, una vez en el poder, impuso una férrea censura y adoptó una postura hostil hacia los líderes catalanistas, acusándolos de promover el nacionalismo y el separatismo. Ante esta situación, Josep Puig i Cadafalch dimitió en señal de protesta, negándose a colaborar con un régimen que atacaba directamente a Cataluña.

La llegada de la dictadura marcó el inicio del declive de la Mancomunitat. El régimen de Primo de Rivera veía en la institución un peligroso foco de nacionalismo y un obstáculo para su proyecto de centralización del Estado. En 1925, un decreto real disolvió la Mancomunitat, poniendo fin a una etapa de autogobierno catalán.

 

ALFONS SALA Y LA CAÍDA DE LA MANCOMUNITAT

 

El último presidente de la Mancomunitat fue Alfons Sala Argemí, conde de Egara, y su mandato fue como un triste epílogo de un sueño que se desvanecía. En 1923, cuando tomó las riendas de la Mancomunitat, ya se veía venir el fin de toda esa aventura autonómica.

Era un hombre conservador y, aunque no era un catalanista radical, trató de mantener a flote lo que quedaba del proyecto. Sin embargo, la política de Primo de Rivera era clara: liquidar la Mancomunitat y frenar cualquier atisbo de autonomía catalana. Sala Argemí, con pocas opciones y viendo lo que se venía encima, dimitir. Con la dimisión de Alfons Sala y la disolución definitiva de la Mancomunitat, la dictadura de Primo de Rivera se consolidó con una fuerza imparable.

El militar, apoyado por el rey Alfonso XIII y amplios sectores de la burguesía catalana industrial que creían que así se acabaría la inestabilidad política, pasó a ser el dueño absoluto de la situación. Y como siempre sucede con estos regímenes autoritarios, lo primero que hizo fue callar las voces disidentes.

La Mancomunitat había sido una institución incómoda para la dictadura desde el principio. No encajaba con los planes de un régimen centralista y unitario de Primo de Rivera. El catalán, que había comenzado a ganar terreno en la administración pública, fue de nuevo marginado. El idioma, que había tenido una gran proyección pública bajo la Mancomunitat, volvió a ser relegado, y se prohibieron las publicaciones en catalán.

 

LA REACCIÓN DE LA SOCIEDAD CATALANA: DE LA REPRESIÓN AL RENACIMIENTO CULTURAL

 

Aunque la dictadura de Primo de Rivera pretendió aplastar el espíritu catalanista, lo cierto es que, como suele pasar con los regímenes autoritarios, la represión provocó una reacción contraria. A pesar de la censura y la persecución, muchos sectores de la sociedad catalana no solo se resistieron, sino que reavivaron el fuego de la identidad cultural y lingüística.

 

La publicación de libros y revistas en catalán floreció como nunca antes. Incluso autores y artistas catalanes, muchos de ellos exiliados, continuaron con su labor creativa en el extranjero y en la clandestinidad.

 

La oposición al régimen creció entre las élites y la intelectualidad. A los trabajadores de a pie se las traía al pairo. Ellos lo único que querían es trabajo para mantener a sus familias. Pero era evidente que el régimen de Primo de Rivera ya no tenía la misma popularidad que al principio

 

1930 EL PACTO DE SAN SEBASTIÁN

 

Primo de Rivera comenzó a perder apoyos. La represión, que inicialmente había sido efectiva, empezó a generar un malestar generalizado. En 1930, los sectores más críticos comenzaron a aglutinarse en torno a una idea común: el fin de la monarquía y el establecimiento de una república.

Fue en este contexto que se firmó el Pacto de San Sebastián (17 de agosto de 1930) promovido por Alianza Republicana, unió a diferentes fuerzas republicanas, de izquierdas.

 

Los republicanos ya no estaban luchando solo por un cambio de régimen, sino por una España más plural, que incluyera a Cataluña, el País Vasco y Galicia. Para los catalanistas, el Pacto de San Sebastián representaba la esperanza de que, por fin, Cataluña podría conseguir la autonomía plena que la Mancomunitat había soñado.

 

Lo que siguió fue una carrera contrarreloj. Las elecciones municipales de abril de 1931 fueron el siguiente paso decisivo en este proceso. Cuando el resultado fue favorable a los republicanos, se vio claro que la monarquía estaba acabada. En todo el país, las urnas se llenaron de votos republicanos. La presión fue tal que, finalmente, el rey Alfonso XIII, aconsejado por el conde de Romanones, decidió abdicar y exiliarse, dejando la puerta abierta a la proclamación de la Segunda República.

 

 

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